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Nuevos Medios, Viejas Preguntas

Cómo Bandersnatch podría matar Netflix

Por Salvador Banchero
En los descuentos de 2018, como parte de su serie Black Mirror, Netflix estrenó mundialmente Bandersnatch, una película o contenido audiovisual interactivo que fomentó diversos análisis y debates además de una gran respuesta de público. Seamos uno más de ellos:

¿De qué se trata?

Para quienes aún no se hayan aproximado a ella, y evitando la lógica spoiler, digamos que básicamente consiste en una adaptación visual del formato de novela "Elige tu propia aventura" que se popularizó mundialmente por la década del ochenta. El espectador se enfrenta a diversas decisiones, en forma de escena, que debe tomar para que continúe el relato. En función de ello se van abriendo caminos, algunos cerrados como un bucle, y otros abiertos hasta el final.

No solamente retoma su carácter narrativo estructural (ahora en versión audiovisual) sino que además la hace parte de su propio universo ficcional. El protagonista de Bandersnatch es un desarrollador que intenta crear una revolucionaria versión en videojuego de un libro de estas características llamado, justamente, Bandersnatch.

Bandersnatch, por otra parte es además el nombre de un personaje ficticio en la novela Through the Looking-Glass de Lewis Carroll, continuación no vinculante de Alicia en el país de las maravillas.

En definitiva, un combo pensado para entretener y promover reflexiones sobre el control, el libre albedrío, el determinismo, los diversos planos de aquello que llamamos "realidad", y la naturaleza de aquello que nos define como especie: el relato.

¿Nada nuevo bajo el sol?

Tal vez sí. Lo único que ha cambiado en el tiempo son los vehículos a través de los cuales nos contamos historias a nosotros mismos. Las historias que nos dan, al menos, la ilusión de sentido si es que hay alguno, y de poder construir el relato de lo que somos y venimos siendo.

De las antiguas tradiciones orales que dos o tres milenios atrás se dispersaban por el Mediterráneo a este Bandersnatch de Netflix ha corrido mucha agua bajo el puente. Pero en esencia seguimos buscando lo mismo. Y tal vez eso tenga que ver con que las preguntas, las grandes, las que aún asoman desafiantes frente a nuestra comprensión, siguen siendo las mismas hoy que en los tiempos de Sócrates.

Pero a diferencia de entonces hoy tenemos más información disponible. Lo cual lejos de cerrarnos la pregunta más bien abre y ensancha el alcance de las mismas. Una trampa frecuente que nos ha puesto la vida desde siempre. Al menos a nosotros, los humanos. El resto de los seres vivos no tienen esta dificultad, no miran obsesivamente al pasado ni al futuro porque no necesitan relato alguno, se dedican a ser, simplemente. Quizás, ya que abrimos la duda, sea dable pensar en la posibilidad de que esto sea para nosotros más bien una cruz que una bendición en el reparto evolutivo. O no. Quién sabe.

La caja adentro de la caja adentro de la caja.

"…crees que tienes libre albedrío pero estás en un laberinto…Es todo código, si escuchas con atención puedes oír los números"

Una de las cuestiones que Bandersnatch pone sobre la mesa sin mencionarla es la presumible lógica fractal en que vivimos y por la que podría regirse el universo todo. Un fractal es un diseño fragmentado que se repite a diversas escalas. Fue propuesto o bautizado en su término por el afamado matemático Benoît Mandelbrot. Tranquilidad, bajemos esto a tierra:

Estos modelos, utilizados tanto para la estructura del universo a gran escala como para objetos observables en la naturaleza y a nivel microscópico, son algo más sencillo de ver que de explicar.

Basta tipear "fractales naturales" en Google para que éste nos devuelva infinidad de imágenes de flores, plantas y otros elementos de la naturaleza que responden a esta lógica, aunque éstos se diferencian de los fractales matemáticos por ser aproximados.

Como una planta, cuyas extensiones se van ramificando y a su vez éstas se ramifican nuevamente en proporciones similares que vuelven a repetir el modelo, lo mismo se estima de la cosmología a gran escala.

Así, una corriente de pensamiento sugiere que un determinado segmento de universo se fragmenta replicado en otro más pequeño que nace del original y que a su vez éste hace lo propio y así sucesivamente. Claro, es muy seductora la idea de pensar que el universo que nos contiene es el original y que las replicas se escalan hacia "abajo", nuestro universo observable nos indica eso. Pero tal vez ocurra eso mismo para cualquier observador en un punto cualquiera de los universos fragmentados hacia "abajo". ¿Por qué no estimar que fuésemos un eslabón más en la infinita cadena de replicas también escaladas hacia "arriba"?

No sé qué sucederá con el resto del público, pero estimo que Black Mirror quiso que se me instalara la misma duda que asalta al protagonista respecto de quién está tomando sus decisiones.

La ilusión del control

"…el pasado es inmutable Stefan, no importa lo doloroso que sea, no podemos cambiar las cosas, no podemos elegir diferente en retrospectiva. Todos tenemos que aprender eso"

La discusión filosófica del libre albedrío y el determinismo está lejos de cerrarse aún. Tal vez un ligero cambio de trayectoria en una pequeña roca amorfa despedida algunos años después del Big Bang no me tendría aquí escribiendo esto ni a vos leyéndolo. Tal vez esa cajilla de cigarros que decidiste parar a comprar en el quiosco ayer te salvó la vida y lo desconocés. Tal vez el licuado de aloe detox que te detuviste a tomar hace un mes selló y le puso fecha a tu destino fatal (ojalá lo haya marcado bien lejos en el almanaque en tal caso).

¿Existe la idea de lo aleatorio o será tal vez apenas una forma de referir a un orden que no nos es dado poder interpretar? ¿Cuánto controlamos? ¿Cuánta libertad de acción tenemos si desconocemos el tamaño y alcance del paño sobre el que decidimos tirar los dados?

Esto mismo plantea Bandersnatch, en un universo cerrado, claro, pero extrapolable a cualquier otro. ¿Cuántas ramificaciones posibles abre el juego de cada una de nuestras decisiones? Esos potenciales universos en los que transcurren las decisiones que NO tomamos: ¿existen fuera de nuestra propia percepción o simplemente no son?

Estos múltiples universos, o "multiversos", que ya fueran conceptualizados como idea en la literatura védica unos 500 años antes de Cristo, son moneda corriente actual en los estudios de cosmólogos como Max Tegmark en el MIT, o anteriormente por el matemático y físico teórico Hugh Everett, padre del no menos maravilloso músico y autor Mark Everett.

Por lo tanto la idea de que somos apenas uno entre infinitos resultados posibles (y paralelos) de un relato no puede ser descartada ni mucho menos aún. Y en tanto eso fuese efectivamente así: ¿cuánto peso tomarían las decisiones entonces? ¿Cómo operaría el marco ético o moral en donde es imposible asignar un juicio a cualquier decisión? Lo incorrecto y lo correcto, el bien y el mal, siempre han sido un mero punto de vista en la foto grande de la historia. También en el zoom de lo doméstico, pero en él ya nos cuesta más abrazar tal idea porque, impuesto o no, todos vivimos bajo un marco como este.

Si de pronto todos tuviésemos la noción de que toda idea de control nos excede tampoco podríamos inferir una respuesta única. Los habría fastidiados, frustrados, felices o relajados.

Más control

"Solo dije que no y luego lo justifiqué diciendo que prefiero trabajar solo. Solo lo rechacé, pero no sé de donde vinieron las ganas de decirlo"

Tal vez uno de los ejercicios más interesantes de Bandersnatch sea, al igual que las novelas de "Elige tu propia aventura" la artificiosa posibilidad de ser fisgones en todas las ramificaciones posibles de un destino. Pero más allá del acto recreativo, que en sí mismo ya resulta valioso, especialmente por las reflexiones que podemos extraer de ello: ¿qué es lo que importa? Y ¿cuánto importa lo que importa?

Quienes estamos atravesando la vida en este momento del tiempo, señalado arbitrariamente como 2019 en buena parte del mundo y de otro modo en otras, ya experimentamos a diario una sensación de realidad aumentada. No necesitamos ningún código QR para exponenciar vivencias. La cantidad de información es de tal magnitud que va solapándose capa tras capa en cada una de nuestras acciones, vivimos hiperlinkeando, aún sin necesidad de teclado o pantalla alguna.

Y todo lo que se dibuja bajo nuestros pies, toda la información que manejamos, pareciera estar sometida a nuestro control. Bien. La pregunta asoma sola: ¿qué hay de la información que tenemos arriba nuestro? Aquella que aún ni deja ver su sombra sobre nosotros. ¿Quién controla esa, que es la que indiscutiblemente opera sobre nosotros? ¿Qué dispone el modo en que afloran las emociones y nuestro entramado neurológico de decisiones? Es cierto que desde los tiempos de los escritos védicos hemos ganado terreno, pero ¿cuán relevante es en comparación con lo aún desconocido? ¿Cuál es el tamaño de la linterna que alumbra y cuál el de la noche oscura?

Tiempo fuera

Como si no tuviésemos ya suficientes construcciones abstractas nacidas de nuestro intelecto, se suma a los objetivos de Bandersnatch dinamitar la idea de tiempo. No solo el sentido de la flecha del mismo sino también el orden secuencial de los mismos.

Nos infecta con la idea de prescindir del tiempo. No ya de poder moverse en él, sino de cómo optamos por verlo. La percepción del tiempo psicológico (ese orden que dice que lo que recordamos es lo que pasó, lo que experimentamos es lo que sucede, y lo que desconocemos es aquello que ocurrirá), y hasta la idea de un no-tiempo o tiempo circular se presentan como una jauría de lobos hambrientos dispuestos a ver qué hay de comer.

¿Existe tal cosa como el pasado o el futuro? ¿Es el presente un punto o un continuo? ¿Se mueve el tiempo o se mueve la percepción del observador?

Ninguna de estas preguntas son nuevas, de hecho sean posiblemente de las más viejas que aún reposan en nuestra historia como civilización, abordada por generaciones y generaciones de nuestras mejores mentes. Pero no le resta mérito al lúdico intento de Netflix y Black Mirror, que además pone sobre la mesa preguntas que difícilmente atraerían a espíritus más perezosos con una pila de libros de San Agustín de Hipona.

¿Quién está ahí? ¿Hay alguien?

No seré yo quien zanje la existencia o inexistencia de un Dios, naturalmente. Ni siquiera estoy convencido de que la idea de Dios no sea más que un conflicto de orden semántico. En cualquier caso, al igual que Einstein, quizás convenga apegarse a la idea panteísta de Spinoza con aquello de "Dios, o sea la naturaleza". O no.

Pero si delimitamos el universo de toda combinación posible de espectadores observando Bandersnatch definitivamente tenemos una respuesta a la pregunta de quién está ahí. Llamémosle Netflix, llamémosle Black Mirror, da igual. Alguien estuvo, en su propia fragmentación de universo, jugando a ser Dios. Y le salió bien.

O no.

Un gallo para Esculapio

Cierta vez, conversando con un hombre que fue presidente de un país me dijo "el conócete a ti mismo socrático es mucho más difícil de lo que parecía". Y se me ocurre pensar si Bandersnatch no es acaso otra gran oportunidad, esta vez de nuestro tiempo, para, a fin de cuentas, volver sobre ello.

¿Cómo puedo advertir mis condicionamientos sin conocer antes los limites de aquello que soy? Como en los sueños, el soñador no se sabe soñado. No es sino hasta el golpe de conciencia que aporta la vigilia que somos conscientes del engaño.

Escribía Calderón de la Barca:

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

¿Será que podemos hacer algo ante la posibilidad siempre latente de un orden de condicionamientos del que no logramos escapar ni descifrar? ¿Tal vez mantener una inquietud despierta, menos atenta a los estímulos exteriores y más exploradora de los vagos confines internos? ¿La bandera en alto de la certeza de solo saber que no se sabe nada?

La dimensión de nuestra existencia no podría ser más minúscula y prescindible en el orden del infinito macrocosmos, es notorio. Pero pareciera que este conflicto de ser seres conscientes que, como perros atrás del hueso, intentan comprender el alcance de esto que llamamos realidad, tiene proporciones tan grandes como el universo. ¿Por qué esta extraña y curiosa singularidad con esta especie que conformamos?

Por lo pronto Bandersnatch tiene en su interior la semilla de la pregunta, la posibilidad de tirar abajo la pantalla de nuestra PC como si fuese la primera ficha de dominó en la hilera. Y desde ahí, con los ojos cerrados abandonar mundanas distracciones para adentrarse en la más grande aventura posible, la de nosotros mismos. ¿Lo logrará?

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